Fue la noche más cálida, en todos los sentidos. Juan Cruz Ruiz, en su salsa, con sus familiares, amigos, profesores y compañeros. Allí donde leyó sus primeros libros, desde donde tecleó y envió crónicas, donde escuchó tantos testimonios de intelectuales y donde ha expresado el suyo, siempre tan apegado a la memoria local y familiar. El Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) se convirtió en una sauna: no cabíamos todos. En la reducida platea, la gente se acomodó como pudo. Y aún desde la puerta de acceso escuchábamos la palabra de Juan, que hablaba de lo que había oído a los otros. Espectadores de postín, también de pie, buscando un refresco: Julio Llamazares, Martínez Reverte… Claro, vinieron a Periplo, el Festival de Literatura de Viajes y Aventuras que proporciona a varios rincones de la ciudad, en estos días, un inusitado aire literario y presuntuoso. El presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, en primera fila. El concejal socialista, Marcos González, el único miembro de la corporación municipal presente. Fotos históricas a modo de exposición: el periodista, el reportero, el entrevistador, el escritor… Para completar el atrezo de aquella sauna improvisada, un punto de venta de las últimas obras de Cruz.
El caso es que, hablando de lo que había oído a los otros, el autor portuense entretuvo y cautivó. Es como si aquellas cosas que ya hemos leído o le hemos escuchado parecieran nuevas. Hubo un reclamo más: celebró su 65 cumpleaños. Querían una sorpresa los del Instituto pero, al final, como que lo sabía todo el mundo. Cruz Ruiz apagó la vela de arte y se sintió conmovido. Lo confesó. Luego, abrió un cuadro con un fotomontaje que le regalaron: su rostro sobre uno de los lugares que, por distintas razones existenciales, más le han captado: la Punta del viento.
Abrazos, un brindis, firma de ejemplares, decenas de recuerdos amontonándose… Fue la noche más cálida. Cumpleaños feliz allí donde siempre se sintió. Por
algo reafirmó la donación de su biblioteca al Instituto.