01/10/2017. Periódico El Día
Tomás Páez es un venezolano con aire de haber nacido en La Dehesa, a medio camino entre el Puerto de la Cruz, nuestro pueblo común, y Los Realejos, donde de chico yo iba a tratar de buscar novias que me esquivaban.
Y no es que este venezolano ilustre, profesor en universidades caraqueñas y norteamericanas, sociólogo y antropólogo, responsable de haber puesto en orden, en un libro, el origen de la actual diáspora venezolana, se parezca a los que hemos nacido en esa parte bellísima del Valle de La Orotava, una especie de Macondo de silencio y vegetación; es que Tomás Páez nació allí, siendo un crío viajó a Venezuela, como viajaron tantos de nuestros antepasados. Pero como la naturaleza es como es, sigue siendo como un muchacho de La Dehesa trasplantado al mundo. Es de estatura suficiente (para un bajito como yo todas las estaturas son suficientes), tiene el pelo completamente blanco, un bigote muy portuense igualmente enjalbegado, y un modo de andar que mi padre también tenía: es de los que van deprisa aunque no haya urgencia de ningún tipo. Como decía mi madre, «sin necesidad ninguna».
Lo conocí en Madrid, en la entrega de unos premios; anoté su nombre y su teléfono, y puse en la aclaración de su identidad: venezolano de La Dehesa. Algún tiempo después necesité hacer un reportaje precisamente sobre la diáspora venezolana, necesité unos datos, recordé un libro al respecto (La voz de la diáspora venezolana, del que es coautor) y lo llamé. En tres minutos me contó sus orígenes, que son los míos, casi exactamente; me dijo que es de los Acevedo del Puerto, y de los Sosa, con los que también estaban emparentados mis padres, que había nacido junto al Casino de La Dehesa, donde mi padre bailó y vivió los inicios de la lamentable guerra civil de la que el Puerto también fue víctima triste, y que se había ido su familia de allí a finales de los años 50 del siglo pasado buscando lo que todos los emigrantes buscaban entonces: que la vida les fuera propicia, a ellos y a sus familiares, en el paraíso que llamaban Venezuela.
Después de que me diera todos los datos que necesitaba para mi reportaje, Tomás me acompañó a comer a un restaurante isleño de Madrid, El Gofio, con toda la familia. Era como si hubiera reencontrado, siglos después, no sólo a un pariente, sino a un chico con el que había jugado en la infancia, o a alguien que esperaba encontrar después de muchos años de búsqueda. Ahora lo acompaño a gestiones que hace, lo propongo para tertulias y para entrevistas, en Madrid y en Tenerife, y me honro sintiendo y diciendo que soy su amigo. Para reafirmar su relación con la diáspora canaria y sus distintas circunstancias el otro día lo llevé a la presentación que el presidente del Cabildo Carlos Alonso hizo en Madrid del simposio sobre momias que ha de tener lugar en la patria de los guanches el próximo diciembre. Ahí conoció a algunos canarios cercanos, y a una portuense cercanísima, Marta Casanova, emparentada con alguien del mismo origen que Tomás, otro Acevedo. Marta Casanova es, ya saben, la muy eficaz secretaria de comunicación del Cabildo isleño.
En fin, que este portuense de Venezuela, o venezolano del Puerto, vuelve este miércoles a su pueblo natal, el Puerto de la Cruz, a hablar de su experiencia en el Instituto de Estudios Hispánicos, que ahora dirige mi primo Pepe Cruz, que también forma parte de la nómina de portuenses que, con sus padres, hizo de Venezuela su patria.
Me gustaría mucho que los portuenses y los que no lo son fueran a conocer a Tomás, porque escucharle es conocer de primera mano y sin prejuicios, ni malos ni buenos, qué sucede allí, qué piensa él de lo que sucede en la Venezuela de ahora y qué hay en el centro de su propia biografía, que parte de ese origen en un lugar que se parece a Macondo y que se llama La Dehesa.